El 14 de marzo de 1519 Hernán Cortés y sus tropas llegaron a la imponente ciudad de Tenochtitlan, capital del imperio mexicano, cuya arquitectura y urbanismo les hizo dudar sobre si deberían mantener sus majestuosas edificaciones y amplios canales, o erigir una nueva urbe al más puro estilo europeo.
Según describen las crónicas del siglo XVI elaboradas por frailes y militares españoles, el territorio que hoy ocupa parte de Ciudad de México era percibido como la Venecia de América, en la que los conquistadores encontraron edificios de culto de hasta 40 metros de altura, dimensiones que pocas construcciones del mundo alcanzaban en esa época.
"Tuvo que ser difícil decidir entre destruirlo o hacer algo nuevo. Hernán Cortés vivió un gran conflicto emocional", explicó la arquitecta y cronista de Ciudad de México María Bustamante.
A pesar de esto, pronto se dieron cuenta de que una población que basaba su organización urbanística en templos y construcciones sagradas y que relegaba los espacios habitables a un segundo plano no podría cumplir los requisitos de una ciudad europea.
Lo mismo pudieron pensar sobre el territorio donde los mexicas decidieron establecerse en 1325: un pequeño islote inhóspito que no había sido habitado en siglos rodeado de lagos y terrenos húmedos. Todo lo contrario a lo que podrían imaginarse los europeos como origen de un imperio.
Sin embargo, precisamente eso vieron los mexicas, un lugar profético donde conseguir construir una ciudad a su manera.
"Lo que vieron fue esa concepción de haber encontrado el lugar, la profecía. Y, habilidosos, encuentran cómo hacer que el islote sea habitable", detalló Bustamante.
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Desde su llegada hasta la entrada de los españoles, en 200 años los mexicas construyeron un Tenochtitlan muy desarrollada, un sitio "muy curioso urbanísticamente", según el periodista y también cronista de Ciudad de México Jorge Pedro Uribe.
"Los mexicas gozaban de disciplina urbanística: la urbe estaba dividida en cuatro parcialidades, cada una con su propio centro ceremonial, además del gran templo mayor en la unión de los dos grandes ejes norte-sur y este-oeste. También tenían acequias y un sofisticado sistema de control de las aguas", precisó Uribe.
Los habitantes de la ciudad habían desarrollado gran dominio de los lagos que rodeaban el islote, pues algunos eran de agua salada y otras de agua dulce, por lo que tenían que conseguir que el agua salada no anegase la ciudad, a la vez que canalizaban el agua potable para consumo humano.
Bustamante explicó que "tenían una gran ingeniería hidráulica, muy adaptada a lo natural; podríamos decir que fueron los primeros urbanistas sustentables". Fue precisamente este desarrollo uno de los que los conquistadores españoles intentaron perpetuar, junto con el trazado urbano reticular, basado en la cosmogonía, o la división en cuatro parcialidades.
"A partir de eso, aprovechan lo anterior y experimentan con un trazado urbano renacentista" más adaptado a los modos de vida europeos, con patios, habitaciones y una construcción más masiva, explicó Uribe.
Además, también aprovecharon la orientación de la ciudad, hacia el oriente, grandes calzadas como Tacuba y Tlalpan, las comunicaciones desde el islote con el perímetro del lago y las acequias principales, como la real, que duró hasta mediados del siglo XX, según Martín Ríos, profesor e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Sin embargo, en los siguientes siglos se fue perdiendo el conocimiento y el control del agua debido a las "malas decisiones relacionadas con intentar sobreponerse a la naturaleza", entre ellas secar los lagos que rodeaban lo que ahora es el centro histórico de Ciudad de México.
"Fue la peor decisión pero era necesaria (...) porque casi cada década se innundaba la ciudad con tres metros de agua por uno o dos años; resultaba difícil de habitar", explicó Bustamante.
Desde entonces, como se puede apreciar al caminar por el centro histórico, los desniveles en calles y edificios son muy notables porque la tierra se hunde al haberse extraído el agua de las capas menos superficiales.
Cada año, la zona donde estaba ubicada Tenochtitlan se hunde entre cuatro y cinco centímetros, y hay investigadores que aseguran que en los siglos desde la conquista 1521 el nivel del suelo ha bajado hasta 40 metros.
Por esto y por la presencia de numerosas edificaciones prehispánicas bajo los edificios actuales, que en algunos lugares como en la calle Moneda del centro histórico parecen querer salir a la superficie o al menos asegurarse de no quedar en el olvido, los entrevistados aseguraron que Tenochtitlan es palpable en cada rincón de la ciudad.
"Tenochtitlan no está tan arrasada como nos enseñaron, ni tan debajo de la tierra como creemos, sino que la tenemos a flor de piel o a flor de banqueta (acera). Sabiendo mirar podemos ver a Tenochtitlan en el centro histórico solo con un poco de imaginación y conocimiento", terminó Uribe.